martes, 18 de septiembre de 2012

Templo de Tempestades

Ahí están todos, parados, tendidos, dormidos, despiertos, vivos, moribundos. Hay algunos lastimados, cortados, desfragmentados, perdidos en ese desierto de incertidumbre, compartiendo una multiplicidad de voces calladas. Se calman y vuelven a mirar distraídos para ver si la cordura toca sus raíces. ¿Cordura? ¿Cuál? ¿la del hombre que mata, viola, atropella integridades, castiga y se retracta? ¿para qué necesitamos sentirnos enfermos de cordura? ¿para qué? Si nosotros, los que visitamos a menudo el "templo de tempestades" sólo denunciamos nuestro propio individualismo y nos condenaron con el seudónimo de egoístas eternamente, algunos, incluso nos negaron el cielo, simplemente nosotros buscábamos ejecutar castigo propio, tal vez, desafiar a Dios, sin embargo, perdimos y estamos esperando como siempre en este "templo de tempestades". ¿Cuántos infinitos minutos deben pasar para que nos devuelvan nuestra libertad? Velan nuestros sueños, nuestros días y como si fuera poco intentan escarbar nuestros pensamientos. A regañadientes comentan, aquellos que se autodenominan cuerdos, si algún día nos arrepentiremos, si algún día dejaremos de sentirnos tristes. Aquí, en el templo de tempestades, otra vez, la serenidad es pura, dulce, suave aunque tal vez un poco tormentosa cuando nuestra calma demora, el dolor se apresura y nos empujamos unos a otros al desasosiego. En este lugar los Dioses coronados de ciencias determinan si aun estamos enfermos, puesto que ellos buscan erradicar las tristezas, a caso ellos ¿nunca se sienten enfermos de confusiones y tristeza? En el templo de las tempestades nos han prometido que luego de haber creado nuestra propia tormenta, ellos nos regalaran la calma una vez por mes y el primer paso es saludar al hombre de bata blanca que nos saluda indiferente, sin mirarnos a los ojos, nos entrega ese sin fin de pastillas que tienen como fin lograr expulsarnos de nuestro propio templo de tempestades.

No hay comentarios: