lunes, 19 de agosto de 2019

RUTINA

Me levanto y ya no siento la textura de la alfombra. Me visto y con el último hálito de energía me lavo los dientes. Miro por primera y última vez en el día mi cara en el espejo y oculto de mala gana mis ojeras. 
No puedo pensar en la siesta de la tarde porque ya no hay tiempo, apuran y gritan las labores pendientes en el hogar, pagar cuentas, el supermercado y todo lo demás.. Enciendo el auto, abro el portón y nuevamente prendo un pucho para sentir que ya estoy despierta. Tengo guardado de memoria el camino al trabajo y sólo pongo atención por si algún peatón suicida y/o descuidado decide cruzar su camino con el mío.
Todas las mañanas a dos cuadras de la pega, me topo con el mismo micrero impertinente que hace taco en la esquina, nos insulta por el espejo y acelera sin contemplación para llegar a la otra esquina y quedar parado nuevamente.... otra vez llego tarde.
Corro lenta y silenciosamente, porque sólo lo hago en mi cabeza, y apresuro un poco el paso. Trato de pasar desapercibida pero la vieja copuchenta de siempre está sapeando. Fingo que no me importa el sapeo y honestamente ya no me importa.
Almuerzo, me ducho para sacar los malos ratos del turno de mañana, miro el techo y busco respuestas a las preguntas que nacieron hace 30 años... No las encuentro, esperaré 30 años más.
Duermo, un rato. Me levanto, es de noche y voy saliendo. Es lo mismo de la mañana. El auto, el portón, el pucho,ahora sólo me sacude el choque del auto en la solera. En la noche no hay sapeo, eso me da un respiro.
Cinco minutos para salir... Apresuro el paso, está vez es cierto. Sólo quiero llegar, más que a dormir, a recibir el abrazo, el beso y escuchar "mamá, te amo. Buenas noches" esa frase es la recompensa a mis 30 años de duda, sonrío, mañana hay que continuar... Fin del día