Me gusta y me entretiene el son de sus palabras,
me agrada el desorden de su pelo negro
con algunos atisbos de blancura.
Procuro no reírme del desorden de palabras
producto de la verborrea cultural
que mantiene despierto a cualquiera.
Me asombra ese traje negro,
intacto y siempre impecable,
intacto y siempre impecable,
zapatos con hebilla, bien lustrados y delicados,
esa mezcla entre humorista y verdugo.
Me sorprende su capacidad creativa,
esa voz casi de locutor de radio
que sin titubeos, a punta de ironías,
descoloca educadamente a cualquiera.
que sin titubeos, a punta de ironías,
descoloca educadamente a cualquiera.
Me asusta un poco su cara de delirio cotidiano,
me aletargan sus arranques de hiperactividad.
Insisto, me agrada el son de sus palabras,
me llama poderosamente la atención
ese desinterés cortés con el que mira.
Reitero, admiro su imagen impecable
y su capacidad intelectual.
Sin embargo, me desordena
esa transformación de hombre agradable,
lector empedernido, satírico autodidacta
a ese hombre que se vuelve
mi sicario intelectual
3 veces por semestre.
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