martes, 30 de octubre de 2012

Al señor de española.

Me gusta y me entretiene el son de sus palabras,
me agrada el desorden de su pelo negro 
con algunos atisbos de blancura.
Procuro no reírme del desorden de palabras
producto de la verborrea cultural 
que mantiene despierto a cualquiera.
Me asombra ese traje negro,
 intacto y siempre impecable,
zapatos con hebilla, bien lustrados y delicados,
esa mezcla entre humorista y verdugo.
Me sorprende su capacidad creativa,
esa voz casi de locutor de radio
que sin titubeos, a punta de ironías,
descoloca educadamente a cualquiera.
Me asusta un poco su cara de delirio cotidiano,
me aletargan sus arranques de hiperactividad.
Insisto, me agrada el son de sus palabras,
me llama poderosamente la atención 
ese desinterés cortés con el que mira.
Reitero, admiro su imagen impecable
y su capacidad intelectual.
Sin embargo, me desordena 
esa transformación de hombre agradable,
lector empedernido, satírico autodidacta
a ese  hombre que se vuelve
 mi sicario intelectual 
3 veces por semestre.




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