miércoles, 5 de mayo de 2010

La música se la tragó




Se cayó la vida a pedazos mientras ella se desvanecía en el olvido. Cerró los ojos y la música se la tragó.

Era un día lunes del mes de agosto, día un tanto raro, lluvia, sol a ratos y un frío tímido acusaban una tormenta para esa noche.
Antonia pensó en lo cansada que estaba su mente, eran apenas las 6 de la tarde y sin embargo el sueño arremetía contra su voluntad de cumplir con sus labores de estudiante.
Pensó que debía dormir para retomar sus tareas un poco más tarde pero menos cansada.
Encendido el radio un juego de violines, flautas, pianos y voces comenzaron a dar curso a lo que sería la última noche para seguir siendo sólo una triste joven más.
De pronto Antonia sintió la piel de su cara húmeda, con frío y mucho temor.
Abrió sus ojos y recordó el por qué de la gran puntada al costado izquierdo de su pecho.
La música aturdía sus pensamientos pero sin embargo era tan necesaria como su respiración, si apagaba la música moría tal vez su último suspiro para comenzar otra vez.
Descansó su cabeza en su almohada y comenzó a recordar, un gusto amargo y el temblor en sus piernas vinieron a su memoria de tal forma que incluso podía sentir el aroma que había ese día taciturno en el que su alma se partió en dos y una mitad se quedó perdida entre la tristeza.
Sentada en la banca de costumbre, vio como se acercaba lo que más amaba pero a la vez el mayor dolor que nunca antes había sentido.
Las palabras sonaron unas mil veces dentro de su cabeza, chocaron en su corazón y salieron por los ojos, un abrazo falso recorrió su cuerpo y sin embargo ella se aferró como nunca antes al cuerpo que hoy perdía. Las manos de quien amaba Antonia, hoy se volvían desconocidas, frías, ásperas y enormes.
Antonia no pudo reprimir sus labios soltó un te amo, arrancó con fuerza la cadena que siempre adornaba su cuello y se la dio a ese desconocido a quien amaba hace unos 1000 días desde que comenzó una ilusión infantil.
Caminó con el cuerpo desvanecido hasta su casa, puso un pie en su pieza y se desplomó su alma sobre su cama. Allí permaneció aturdida durante meses, paseaba por la ciudad con el cuerpo sin alma, siempre buscando a quien se había marchado de ella.
Las palabras con el tiempo se fueron volviendo menos pesadas y la tristeza se desvanecía como su amor.
Un día sin pensarlo tropezó con aquel forastero de su corazón, se rindió otra vez, confesó todo de nuevo, sus lágrimas se encadenaban otra vez a la esperanza que traía ese extraño conocido una vez más.
Los besos se difuminaron otra vez en el dolor, en el desaire que esa persona pregonaba por cada rincón que compartían otra vez.
Las palabras hirieron otra vez por dentro el cuerpo de Antonia y comenzó a marchitarse otra vez. su segunda oportunidad
Un día en que la noche se mojaba junto con la calle, pudo darse cuenta por primera vez que a quien tanto esperaba era un desconocido, un personaje irreal creado por su fantasía infantil de amar, que los besos no existieron y las palabras se enmudecieron, descubrió aquel día en que sus ojos se despegaron de esos ojos fríos y mentirosos de Javier, que ya no regresaría jamás la inocencia infantil del primer amor.
Con voz temblorosa se apartó de javier, el niño convertido en hombre a quien más había amado, le dijo adiós sin tristeza y comenzó a caminar de regreso a donde todo había comenzado, la música abrazó su esperanza, una sonrisa tenue empapó su cara, cerró los ojos para no voltear a ver la imagen de ese hombre que se quedaba petrificada en el mismo lugar donde la habían dejado partir por segunda vez.
La música abrazó sus oídos para comenzar a caminar junto a ella como lo hacia desde que la soledad era su compañera. La lluvia golpeó fuerte sobre su cabello y Antonia despertó.
Eran pasada las 9 de la noche del día lunes, Antonia se incorporó para retomar sus labores estudiantiles, con extrañeza descubrió enredada entre sus dedos la cadena que le había regalado a su compañero de sueños infantiles hace un par de años aquella tarde lluviosa.
Sonó el teléfono, en el fondo de la casa resonó el nombre de la muchacha, urgía que contestara pronto.
Una voz llorosa, amarga, débil con esfuerzos pronunciaba su nombre:
-¿Antonia?
-sí
- Javier ha muerto…

Antonia colgó el teléfono, cerró los ojos quería comenzar a soñar otra vez, decirle a Javier, ese su amor infantil y el más verdadero, que a pesar de todo, siempre lo había seguido amando igual que cuando era una niña, quiso imaginarse el beso más tierno que su imaginación podía inventar pero recordó que no se puede soñar dos veces el mismo sueño y desde entonces convierte esos sueños irrealizables en canciones.
Una noche sin pensarlo la muchacha se recostó sobre su cama, cerró los ojos y con una sonrisa tenue en su dulce rostro, la música se la tragó.

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